Entrevista a Félix Carrilero el pregonero de las Fiestas Arganda 2025, “Cuando me dijeron que sería el pregonero me quedé helado”

Arganda del Rey tiene en Félix Carrilero una biografía compartida. Llegó con cuatro años, el cuarto de seis hermanos, cuando en casa lo justo era sobrevivir. Aprendió pronto que la calle enseñaba y que los bares también educan: a los 12 ya trabajaba para arrimar el hombro. Desde entonces no se despegó de la barra. Cincuenta y tres años en primera línea de la hostelería dan para entender un municipio, para aprender los ritmos de su gente y para convertir un oficio en una forma de estar en el mundo.
Félix hizo carrera atendiendo a todos por igual, sin clientes VIP, con la convicción de que “los problemas no cruzan la barra” y la sonrisa como escudo. En su relato hay sacrificios familiares y desvelos de empresario, aperturas “al límite” y noches en vela, pero también una idea constante: devolver a Arganda lo mucho recibido. Por eso disfruta pudiendo ayudar a peñas y clubes, por eso se emociona cuando le proponen pronunciar el pregón de las fiestas; no se ve un héroe local, solo un trabajador agradecido que quiere dar las gracias en voz alta.
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¿Cómo te definirías? ¿Quién es Félix Carrilero?
Soy una persona que llegó a Arganda con cuatro años, el menor de seis hermanos. Con 12 años tuve que ponerme a trabajar y desde entonces no he dejado la hostelería: 53 años “detrás de una barra o en un restaurante”. Me he criado “en los bares”, en el lado bueno de los bares.
¿Cómo fue tu infancia en Arganda hasta que empezaste a trabajar?
Al principio fue dura. Mis padres llegaron con lo justo; mi padre, pastor y tenía una enfermedad por lo que no podía trabajar. Vivimos en distintas zonas (calle del Barranquillo, junto al cuartel, pisos del Jaro). Allí encontré muchos niños de mi edad y la calle fue nuestra escuela: bote botero, escondite, dados… Un recuerdo especial es “la casa de los palos”, donde se guardaban los maderos de la plaza de toros; cuando abrían sus puertas sabíamos que se acercaban las fiestas por el olor a madera y humedad. A los 12 años ya alternaba juego y trabajo.
Empezaste a trabajar con 12 años: ¿cómo recuerdas aquella etapa y cuáles fueron tus primeros empleos?
Por necesidad familiar, alternaba colegio y trabajo. Mi madre era cocinera en el mesón Las Brujas y yo bajaba andando para ayudar. Allí con el plato de comida que me podían era un plato de comida menos en casa. No me gustaba, era una obligación, pero con 14 años empecé “más en serio”. Me enganchó de la hostelería el trato con la gente, que me adelantó en madurez: las propinas, que te llamaran “Felisín”, sentir que aportabas en casa.
¿Cuándo te diste cuenta de que la hostelería sería “tu vida”? ¿Qué te enganchó del oficio?
El contacto con las personas. Aquellas palabras de cariño que a veces faltaban en casa, la satisfacción de atender bien. Me decían que era “agradable” y que con mi sonrisa llegaría lejos. Esa sonrisa fue mi escudo contra la timidez.
De Las Brujas a Madrid y regreso: cuéntanos ese tramo y la apertura del primer restaurante propio.
Tras la mili, las dueñas de Las Brujas me llevaron a su cafetería de Menéndez Pelayo (junto al Niño Jesús). Allí traté con gente conocida. De vuelta a Arganda, el tío de mi mujer montó el bar Jusaca. Tras unos años buenos, decayó y nos lo ofreció; yo ayudaba allí los fines de semana. Mi mujer y yo lo tomamos: introdujimos hamburguesas “al estilo Madrid”, tortitas con nata y una gran pantalla para el fútbol de Canal+; funcionó muy bien. Compramos después el local de la calle Los Ángeles para abrir el Círculos, pero no había dinero para montar el negocio: vendimos el piso, pedimos más préstamos, hasta inaugurar “en vísperas de fiestas” el bar. Recuerdo también que para la compra del material tuvo que ayudarnos mi suegra debido a que ya no teníamos de donde sacar más; el día de la apertura debía parecer que “caía del cielo todo”: mecheros, llaveros, flores, barra libre. Dormimos sobre cartones tras cerrar a las 5–7 de la mañana y abrimos con el encierro. Fue un boom; fuimos pioneros en cócteles también.
En esa inauguración fuiste al límite: ¿qué aprendiste de aquello?
Que el comienzo es clave: el 50% lo da el local y el otro 50% debes ganarlo tú. Por dura que sea la trastienda, al cliente hay que transmitirle alegría. La sonrisa “de la barra hacia fuera” es innegociable; los problemas no cruzan la barra.
¿Cómo ha sido la relación entre trabajo y familia?
Ahí está “el lado amargo”. No fui a reuniones de colegio ni a médicos con mis hijos; mi mujer llevó ese peso y además trabajó conmigo. Llegaba cuando todos dormían. Me arrepiento de no haberles dedicado más tiempo. En el trabajo “no conozco ni a mi padre ni a mi madre”: el trabajo es sagrado. Tenía a mis hijos y a mi mujer en el negocio y eran quienes más broncas se llevaban si algo no salía como debía.
Filosofía de servicio: ¿qué significa para ti “el cliente es sagrado”?
Todos los clientes importan por igual. Da igual si alguien toma “solo un vino”: hoy puede ser uno, mañana viene con veinte. Mucha calle, mucho saludo, cercanía y respeto a todos —jóvenes o mayores— sin clientes VIP. Elegir tu bar en vez del de enfrente merece gratitud expresa.

Ya jubilado (de forma parcial), ¿cómo es ahora tu vida familiar?
Ha cambiado por completo. Sigo yendo al bar “para no dejarlo de golpe” —esto crea adicción—, pero priorizo a mi mujer, familiares y amigos: cine, comer fuera, paseos. Disfruto especialmente de mi nieta de cinco años. Antes, si había un cumpleaños, ella iba sola (mi mujer); ahora voy yo primero “si toca”.
¿Qué significa Arganda para ti?
“Arganda nos lo ha dado todo”. Mis hijos y mi nieta han nacido aquí. Cuando me preguntan de dónde soy, digo “de Arganda del Rey”, y hasta mi nieta lo dice con orgullo. Por eso ayudo: a peñas y a clubes como el fútbol sala, porque devuelven mucho al pueblo y a los bares.
¿Qué es lo que más te gusta de Arganda hoy? ¿Y cómo la has visto cambiar?
La gente: trato humano, cercanía y capacidad de acoger a quien llega. Antes hubo un gran boom de ocio juvenil: cines, discotecas, pubs, recreativos. En los 80–90, con el Jusaca y luego Círculos, esta calle bullía; venía mucha gente de fuera. Hoy ese ocio ha caído; la competencia de Rivas, centros comerciales (H2O, La Gavia), metro y radiales facilitan salir. Ojalá remontemos.
¿Cómo recibiste la noticia del pregón de las fiestas? ¿Qué sentiste?
Quise contarle al alcalde Alberto, con quien me une relación de muchos años, que traspasaba el Gambrinus. Me citó en el Ayuntamiento “para un café”, llamó a prensa para fotos y vídeo, y entonces me dijo: “quiero que seas el pregonero”. Me quedé helado; soy más vergonzoso de lo que parece. Publicaron el anuncio en redes en seguida. Para mí es un honor inmenso e inesperado; me siento agradecido más que merecedor: solo he trabajado, como tantos argandeños. Pero poder dar las gracias a todo el pueblo ya merece la pena.
¿Con qué te gustaría que se quedaran los argandeños tras tu pregón?
Con la idea de que me he desvivido para que, en mis establecimientos, la gente de Arganda disfrutara y se desahogara. He intentado que hubiese alegría, música, ambiente; que no fuera solo “tomar una caña”, sino pasarlo bien. Ese sería el recuerdo que me gustaría dejar.
Rutina actual: ¿cómo es un día en tu vida ahora?
Me acuesto pensando que “me da igual la hora a la que me despierte”. Desayuno con mi mujer; si está mi nieta, paseamos y jugamos; saco al perro; preparo la comida —soy “cocinillas”—. El descanso que noto es mental más que físico.
Mensaje al pueblo antes del pregón: ¿qué te gustaría decir
Que olvidemos los colores y disfrutemos las fiestas con alegría y responsabilidad. Unidos, todo es más fácil. Menos radicalidad, menos “Madrid–Barça” en todo. Son días para pasarlo bien todos juntos.
Que consejo darías a quien empieza en hostelería o quiere abrir su restaurante.
Creer en el propio proyecto y estudiarlo bien: saber qué quieres y adónde vas. Armar una plantilla agradable y atenta, mantener el local impecable y recordar que el cliente te elige a ti frente a otros. En fiestas, “levantar un poco la mano”: entender el contexto festivo, no obsesionarse con pequeñas pérdidas y facilitar que la gente disfrute.
Para terminar: ¿qué valor te ha guiado siempre?
La gratitud al cliente y al pueblo. Dar para recibir, sin expectativa. Y dentro de la barra, trabajo serio y alegría a partes iguales.